Cuento
estrafalario de una tarde de verano y extrañamiento
Resulta
que me piden mi curriculum en español. Es preciso poner todas las obras traducidas con sus títulos originales. Es así que empiezo un juego baladí, de
los que hacemos los lingüistas (y entre ellos, los traductores) para disfrutar
un poco de lo que te ofrece la vida en un caluroso día de verano en el que te
encuentras sola, tú, el ordenador y tu gata bizca. Y tu profesión, que
siempre te ha gustado, te parece un espejismo.
El curriculum me mira, yo lo miro a
él (es don CV, todo un caballero) y me
da la gana de escribir un cuento a partir de los títulos en castellano de las novelas que se han
quedado esparcidas por mi camino
laboral.
Las palabras se las voy a hurtar a unos
cuantos escritores… pero no, es un
intercambio. En fin… Aquí van
las andanzas de una reina descalza, un ángel perdido y una mujer de sombra.
Érase una vez una
reina descalza. Un día se encontró en el bosque de los sueños con el ángel perdido y la mujer
de sombra. Estaban los dos hablando solos.
-¿Qué van buscando ustedes
en este paraje inhospitalario?, quiso
saber la reina.
- Yo busco la inmortalidad perdida. Es que me la
quitaron durante la guerra en paraíso, contestó el ángel.
- Yo tengo
un recado para la dama de Cachemira, respondió la mujer. - Y tú, ¿por
qué miras tan seria la sombra del águila?
- Es que hace un tiempo tuve un amante albanés,
lo había encontrado una vez, en Argentina, muy lejos de aquí.
- ¿Lejos de dónde?, se interesó la mujer de sombra. - Este lugar
se parece a una baldosa en el valle de la muerte…
- ¡Qué va! Por aquí pasa
mucha gente. Hace un rato vi al viajero del siglo. Deseaba trabajar en paz y pretendía traducir el libro de las ciudades.
Por eso se vino al bosque.
- ¡Oye! Si no me equivoco, hay un eco…
- Sí, es la voz dormida de las mujeres que sufrieron
injusticias.
- ¡Qué le vamos a hacer!… Estamos al cielo sometidos…
- Pero, si es que existe un dios…
- El dios del que hablas no es nada más que un Dios
reflectante…
- ¡Cuidado! Se acerca una
chica desconocida!
- ¡Es Sirena Selena!
- ¡La pobre! Está hecha una
pena.
- Está sola. Solas. Las mujeres descomunales siempre
quedamos solas, resopló la de sombra.
- ¡Ay¡. Cerebro y emociones… Esta es la cuestión.
- Es que las mujeres durante siglos enteros hemos
vivido en la cocina. ¡Tres mil años de cocina
española! Parece mentira!
- Mentira? Yo podría hacer un elogio de la mentira…
Por el camino se acercaba una mochilera.
- Buenas, viajera. Que pasò?
- Eh, tanta vida…, se quejó
la viajera. - Tenía una carta esférica para desplazarme por tierras y por mares.
Luego conocí a uno que parecía un buen chico y me la hurtó.
- ¡Qué mala suerte!, y cómo
se llama el lugar a dónde ibas?
- Está en Europa, en el fin del mundo. Su nombre es
Brañaganda.
- ¿Europa? ¿Dónde se ha metido el hombre de Bruselas? ¡Ese tío conoce Europa, sus
temas y sus variaciones!
- Ahí está, metido en el río. Es que le dedicaron una
canción para caminar sobre las aguas y él lo intenta… Me quité los zapatos, para
compartir la experiencia, comentó la reina descalza.
- Hoy en día hay una manía de compartirlo todo… Fijese
en la ninfómana que lo puso todo en su diario…, le espetó la de sombra, algo
ilusionada.
El ángel perdido miró con desconfianza a un hombre que
tenía los ojos color del mar, un par de ojos de agua.
- Oye, campeón. Te necesitamos.
- Si quieren saber como llegar a Europa, tienen que
preguntárselo al conductor del colectivo, lo adelantó con displicencia el
hombre, sin dejar de nadar.
- El colectivo? Hay una parada de autobús por aquí
cerca?
- Mi querido ángel, ¿Y
tú me lo preguntas? De veras desconocías que
los humanos estamos llenos de recursos?, dijo con sorna el de Bruselas. Acto
seguido, salió del agua y se tumbó en la orilla igual que un gato de azotea.
El ángel se ensimismó. El reproche del belga lo había hecho
enojar como nadie. Y la ira de un espíritu celeste es más fuerte que la cólera
del mismísimo Atila. Algo tenía que hacer para poner ese presumido en su sitio
y lo único que le ocurrió fue lanzarle una tabla de Flandes que guardaba debajo
de la túnica y pegarle en la cabeza. Sin embargo, no lo hizo.
Le daba pena estropear toda aquella belleza.
Recordó las conversaciones imaginarias con su madre y el amor al arte hizo que encontrara
otra estrategia. Cogió el hombre de Bruselas de las piernas y lo tiró al río. ¡Nada como la estrategia del agua!
- ¡Menudo fanfarrón!, chilló
la mujer de sombra.
- No te preocupes, hija, la tranquilizó el ángel
perdido. La vida es igual que una almohada, tiene su lado frío.
Mientras tanto habían llegado al bosque tres lindas
cubanas y contaron que cruzaban el bosque porque se había iniciado la
reconstrucción de la carretera que llevaba al alma del mundo, y pidieron al
ángel que les echara una mano para encontrar el húsar.
- ¡Yo les echaría hasta la mano de
Fátima, guapetonas!, se interpuso, travieso, el hombre de Bruselas. – A qué viene
tanta prisa de encontrar el chiflado ese?
- Corren rumores de que mató a alguien. Todos en La
Habana hablan de la muerte de un murciano. Parece que el húsar quiere venderle
su alma al comprador de aniversarios…
- Así es la vida en los pinches Trópicos, nunca se
sabe dónde está el límite, se dolió el ángel aún más perdido.
- Cosas que nunca ocurrirían en Tokio, comentó la
mujer de sombra, la cual jamás había pisado suelo japonés.
Los pensamientos de todos volaron hacia sus lugares
de origen, la reina pensaba en su hija, allá en el Este y lo único que se oía
eran los vuelos del silencio.
- Retornamos a nuestros hogares como sombras, se rindió, vencida, la pobre
mujer.
Estando todos ellos en esto, se oyó un estruendo.
- Qué diablo es esto?, se sobresaltaron las lindas
cubanas.
- Tranquilas chicas, es el ruido de las cosas al
caer.
- Pero qué cosas?
- Son sólo
bombas, bombas de risas!
Fin.
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