mercoledì 24 luglio 2013

Cuento estrafalario



Cuento estrafalario de una tarde de verano y extrañamiento


Resulta que me piden mi curriculum en español. Es preciso poner todas las obras traducidas con sus títulos originales. Es así que empiezo un juego baladí, de los que hacemos los lingüistas (y entre ellos, los traductores) para disfrutar un poco de lo que te ofrece la vida en un caluroso día de verano en el que te encuentras sola, tú, el ordenador y tu gata bizca. Y tu profesión, que siempre te ha gustado, te parece un espejismo.
            El curriculum me mira, yo lo miro a él (es don CV, todo un caballero)  y me da la gana de escribir un cuento a partir de los títulos  en castellano de las novelas que se han quedado  esparcidas por mi camino laboral.
            Las palabras se las voy a hurtar a unos cuantos escritores… pero no,  es un intercambio. En fin…           Aquí van las andanzas de una reina descalza, un ángel perdido y una mujer de sombra.

Érase una vez una reina descalza. Un día se encontró en el bosque de los sueños con el ángel perdido y la mujer de sombra. Estaban los dos hablando solos.
-¿Qué van buscando ustedes en este paraje inhospitalario?,  quiso saber la reina.
- Yo busco la inmortalidad perdida. Es que me la quitaron durante la guerra en paraíso,  contestó el ángel.
 - Yo tengo un recado para la dama de Cachemira,  respondió la mujer.  - Y tú, ¿por qué miras tan seria la sombra del águila?
- Es que hace un tiempo tuve un amante albanés, lo había encontrado una vez, en Argentina, muy lejos de aquí.  
           - ¿Lejos de dónde?,  se interesó la mujer de sombra. - Este lugar se parece a una baldosa en el valle de la muerte…
- ¡Qué va! Por aquí pasa mucha gente. Hace un rato vi al viajero del siglo. Deseaba trabajar en paz y  pretendía traducir el libro de las ciudades. Por eso se vino al bosque.
- ¡Oye!  Si no me equivoco, hay un eco…
- Sí, es la voz dormida de las mujeres que sufrieron injusticias.
- ¡Qué le vamos a hacer!… Estamos al cielo sometidos…
- Pero, si es que existe un dios…
- El dios del que hablas no es nada más que un Dios reflectante…
- ¡Cuidado! Se acerca una chica desconocida!
- ¡Es Sirena Selena!
- ¡La pobre! Está hecha una pena.
- Está sola. Solas. Las mujeres descomunales siempre quedamos solas, resopló la de sombra.
- ¡Ay¡. Cerebro y emociones… Esta es la cuestión.
- Es que las mujeres durante siglos enteros hemos vivido en la cocina. ¡Tres mil años de cocina española! Parece mentira!
- Mentira? Yo podría hacer un elogio de la mentira…
Por el camino se acercaba una mochilera.
- Buenas, viajera. Que pasò?
- Eh, tanta vida…, se quejó la viajera. - Tenía una carta esférica para desplazarme por tierras y por mares. Luego conocí a uno que parecía un buen chico y me la hurtó.
- ¡Qué mala suerte!, y cómo se llama el lugar a dónde ibas?
- Está en Europa, en el fin del mundo. Su nombre es Brañaganda.
- ¿Europa? ¿Dónde se ha metido el hombre de Bruselas? ¡Ese tío conoce Europa, sus temas y sus variaciones!
- Ahí está, metido en el río. Es que le dedicaron una canción para caminar sobre las aguas y él lo intenta… Me quité los zapatos, para compartir la experiencia, comentó la reina descalza.
- Hoy en día hay una manía de compartirlo todo… Fijese en la ninfómana que lo puso todo en su diario…, le espetó la de sombra, algo ilusionada.
El ángel perdido miró con desconfianza a un hombre que tenía los ojos color del mar, un par de ojos de agua.
- Oye, campeón. Te necesitamos.
- Si quieren saber como llegar a Europa, tienen que preguntárselo al conductor del colectivo, lo adelantó con displicencia el hombre, sin dejar de nadar.
- El colectivo? Hay una parada de autobús por aquí cerca?
- Mi querido ángel,  ¿Y tú me lo preguntas? De veras desconocías que los humanos estamos llenos de recursos?, dijo con sorna el de Bruselas. Acto seguido, salió del agua y se tumbó en la orilla igual que un gato de azotea.
El ángel se ensimismó. El reproche del belga lo había hecho enojar como nadie. Y la ira de un espíritu celeste es más fuerte que la cólera del mismísimo Atila. Algo tenía que hacer para poner ese presumido en su sitio y lo único que le ocurrió fue lanzarle una tabla de Flandes que guardaba debajo de la túnica y pegarle en la cabeza. Sin embargo, no lo hizo.
Le daba pena estropear toda aquella belleza. Recordó las conversaciones imaginarias con su madre y el amor al arte hizo que encontrara otra estrategia. Cogió el hombre de Bruselas de las piernas y lo tiró al río. ¡Nada como la estrategia del agua!
- ¡Menudo fanfarrón!, chilló la mujer de sombra.
- No te preocupes, hija, la tranquilizó el ángel perdido. La vida es igual que una almohada, tiene su lado frío.
Mientras tanto habían llegado al bosque tres lindas cubanas y contaron que cruzaban el bosque porque se había iniciado la reconstrucción de la carretera que llevaba al alma del mundo, y pidieron al ángel que les echara una mano para encontrar el húsar.
- ¡Yo les echaría hasta la mano de Fátima, guapetonas!, se interpuso, travieso, el hombre de Bruselas. – A qué viene tanta prisa de encontrar el chiflado ese?
- Corren rumores de que mató a alguien. Todos en La Habana hablan de la muerte de un murciano. Parece que el húsar quiere venderle su alma al comprador de aniversarios…
- Así es la vida en los pinches Trópicos, nunca se sabe dónde está el límite, se dolió el ángel aún más perdido.
- Cosas que nunca ocurrirían en Tokio, comentó la mujer de sombra, la cual jamás había pisado suelo japonés.
Los pensamientos de todos volaron hacia sus lugares de origen, la reina pensaba en su hija, allá en el Este y lo único que se oía eran los vuelos del silencio.
- Retornamos a nuestros hogares  como sombras, se rindió, vencida, la pobre mujer.
Estando todos ellos en esto, se oyó un estruendo.
- Qué diablo es esto?, se sobresaltaron las lindas cubanas.
- Tranquilas chicas, es el ruido de las cosas al caer.
- Pero qué cosas?
- Son sólo bombas, bombas de risas!


Fin.

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